En la cultura popular japonesa siempre estuvo presente la tragedia colectiva, sobre todo a raíz de las experiencias en Hiroshima y Nagazaki
Día 13/03/2011 - 00.38h
Son muchos y variados los subgéneros que incluye la denominación manga. Está el destinado a las chicas (shojo), a los chicos (shonen), a los niños (kodomo), humorístico (ecchi), pornográfico (hentai)... pero toda una generación de españoles tuvo su primer contacto con esta estética, además de a través de Heidi, de la visión de ciudades devastadas mientras un terrible robot se dedicaba a pisotear todo lo que encontraba a su paso, persona, animal o cosa. Por suerte, siempre aparecía por ahí Mazinger Z dispuesto a enseñar modales al terrible espantajo. Nunca se hablaba del número de víctimas colaterales, pero por la magnitud de la refriega, debían de contarse por miles. No había de qué preocuparse, lo importante es que el equilibrio racional volvía a imponerse. Esta fórmula tiene el nombre de «kaiju».
Hasta existía la teoría de que era una estratagema para habituar nuestros ojos a una posible contienda nuclear e insensibilizarnos frente a las masacres que, tarde o temprano, llegarían. Lo cierto es que tan apegada a la cultura popular japonesa es la imagen de las colegialas con falda tableada como la de indefensos ciudadanos en constante zozobra. Y una de las más terribles amenazas creadas por la imaginación japonesa se llamó Godzilla.
Este terrible monstruo apareció por primera vez en 1954, en la película aquí estrenada con el esclarecedor título de «Japón bajo el terror del monstruo». Hasta 28 cintas se han rodado a partir de entonces con el lagarto gigante de protagonista, hasta convertirse en un inusual símbolo de la cultura nipona. Nuevamente está presente el miedo nuclear: se suponía que el engendro era producto de pruebas atómicas. No es de extrañar, ya que, al fin y al cabo, son ellos los únicos que han probado en carne propia los efectos de la gran bomba. Esta circunstancia estuvo muy presente en el subconsciente japonés en los años de la posguerra, más que el miedo a los terremotos o catástrofes similares que también han padecido de forma reiterada.
Con el transcurrir de los años, en la década de los 60, el péndulo del terror fue girando, sin embargo, hacia los seres sobrenaturales y fantasmas, un género cinéfilo llamado «kaidan eiga». En cualquier caso, se trata de describir a una población indefensa ante desgracias que escapan a su control. De ahí es fácil llegar al apocalipsis, presente en un buen número de videojuegos, cómics, series de televisión y películas de nuestros días. Ejemplos populares hay muchos, como «Evangelion», de 1995, que muestra un mundo futuro con unos malvados ángeles llegados del cielo cuya prioridad es destruir sin más el planeta.
Pero, curiosamente, siempre es la juventud la que nos salva. Solo los adolescentes pueden pilotar las naves que hacen frente a la desgracia alada; algo parecido a lo que ocurre en «X/1999», donde el fin del mundo está al caer, y el único capaz de evitar lo inevitable es un chico de 15 años llamado Kamui Shirou. No menos catastrofista resulta «Akira»: acaba de terminar la tercera guerra mundial y ya nos encaminamos hacia un terrible cataclismo.
Siempre se ha hablado de la polémica violencia de algunos dibujos animados japoneses. El hecho de enfrentarse a una desgracia real como la que acaba de ocurrir puede dejar a los habitantes de Japón saturados de escenas devastadoras. O puede que llame a la reflexión de un sinfín de artistas, como ocurrió con el 11-S en Estados Unidos.
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