lunes, 24 de septiembre de 2012

Desaparecer en México Rojo y no dejar rastro el horror de muchos hogares aprovechando la fuerza del narcotráfico pero y si no son ellos



24-09-12 | POLÍTICA y SOCIEDAD

Los desaparecidos 

de la guerra narco 

en México (I)




El crimen organizado, el poder político y la impunidad se mezclan en el caso de José Antonio Robledo Martínez, un ingeniero que fue secuestrado en el norte del país. Parte I


Crédito foto: Jorgelina do Rosario


México DF.- María Guadalupe toma sus anteojos, prende la computadora y todos los días tipea en el teclado las mismas cuatro palabras: José Antonio Robledo Fernández. El nombre que busca en Internet no es el de un actor protagónico de telenovela o el de un escritor famoso, ni tampoco el de un político. Esas veintiséis letras componen el nombre de su hijo, un ingeniero civil secuestrado el 25 de enero de 2009 y que hoy forma parte de una larga lista de desaparecidos por el crimen organizado en México.

Aquel 25 de enero era domingo, y la camioneta X-Trail 2004 de José Antonio recorría el camino que une Monterrey con Monclova (ver mapa en fotos relacionadas), una ciudad ubicada en el centro del estado de Coahuila. En Monterrey visitó a sus primos, compró una pistola de paintball y mientras caía la tarde, regresó al lugar donde vivía desde diciembre de 2007, cuando fue contratado por la empresa ICA Fluor Daniel para trabajar en el proyecto de construcción Fénix.

“Vete con tiempo Toño, para que llegues con luz de día”, le había dicho su padre, quien también responde al nombre de José Antonio.

Y Toño hizo caso. Ya en Monclova, el joven de 32 años estacionó en la tienda de repuestos Autozone del Boulevard Harold R. Pape 2020 y telefoneó a su novia Verónica, quien vivía en el Distrito Federal. Fue una charla de media hora, una charla de novios. Mientras conversaban, unos hombres se acercaron a su camioneta, le preguntaron de dónde era y empezaron a golpearlo.

– ¡Dame las llaves y súbete! –gritó uno de ellos.

Fueron las últimas palabras que Verónica escuchó en su celular. Aunque volvió a marcar el número de Toño una y otra vez ese domingo a la noche, una y otra vez el lunes por la mañana, nadie atendió.

Verónica también llamó con insistencia a la casa de los padres de Toño, pero María Guadalupe Fernández Martínez y José Antonio Robledo Chavarría estaban volviendo a la capital de México, luego de un fin de semana de trabajo en Puebla. El lunes 26 de enero, al mediodía, la joven llegó a la casa de la familia Robledo y contó todo. Y todo era nada.

“Pensamos que era un secuestro por dinero”, cuenta José Antonio padre. Con esa idea en mente, el matrimonio viajó a Coahuila. La primera escala de lo que sería una larga búsqueda sin final comenzó con Raúl Alberto Medina Peralta, el ingeniero que supervisaba el proyecto de la compañía.

La mañana del 27 de enero, los padres de José Antonio llegaron a las instalaciones de ICA en Monclova. Atravesaron los portones de lo que hoy recuerdan como un “baldío”, llegaron a las oficinas, y Medina Peralta les ofreció un desayuno.

–Cuando llegamos, se une el jefe de seguridad, Joaquín Benito del Ángel Martínez. Este hombre, de unos 200 kilos, cuenta que estuvo negociando con los secuestradores porque se había enterado del secuestro “de boca en boca”. ¡Nosotros estábamos shockeados! – dice José Antonio–. ¿Cómo se iba a enterar de boca en boca? Pero ahí interviene el ingeniero Peralta y explica que así se manejan las cosas, como chisme, porque es un pueblo chico. Era algo totalmente ilógico. Y también nos dice: ‘Su hijo se lo buscó, porque traía una camioneta muy llamativa’. ‘Venía hablando por celular’, nos dice. ¿Él como lo sabía? ‘Traía anteojos de sol’, nos dice. ¿Cómo sabía él que los traía? Y también asegura que Toño venía armado. ¡No estaba armado! Pero ¿cómo sabía él que tenía una pistola de pintura?

Sueños truncados

Toño pequeño le pidió a Santa Claus un camión de arena. Tenía seis años, y con ese juguete imaginaba construir puentes, cuevas, carreteras. José Antonio quería que su hijo fuera contador como él, pero la construcción y la influencia profesional de uno de sus tíos fue más fuerte. Estudió en el Instituto Tecnológico de la Construcción, se recibió y comenzó a viajar por el país detrás de cuanta obra se cruzara en su camino.

En ese momento, los padres de Toño no sospechaban que se transformarían en “detectives privados”, conectando datos para encontrarlo. La ayuda de su hija mayor Rocío, de amigos y de conocidos fue clave para convertir esos datos en información. “A través del reporte de llamados telefónicos nos enteramos que de ICA México, a las 8 y 28 de la mañana del lunes 26 de enero –un día después del secuestro- salió una llamada de casi 2 minutos al celular de mi hijo. La empresa siempre lo ha negado”, relata José Antonio.
 

El encuentro amargo en las oficinas de Monclova no los detuvo. María Guadalupe compró una libretita con espiral donde anotaba todo lo que hacían, lo que les decían y con quién hablaban. Junto a su esposo, dividió el mapa de Monclova en cuadrantes y recorrieron cada espacio, buscando rastros de la camioneta en depósitos y estacionamientos. Hicieron el camino desde Monterrey a Monclova, el mismo que había hecho su hijo. Recorrieron sedes de la Cruz Roja y servicios médicos forenses. Y nada.

A los reportes telefónicos se sumaron los bancarios. En los días siguientes de su desaparición, alguien sacaba por cajero tres mil pesos diarios de la tarjeta de débito de Toño. Las extracciones realizadas el lunes, martes, miércoles, jueves y viernes sumaron un total de 15.000 pesos. Y el sábado 31 de enero de 2009, alguien se llevó los 180 pesos restantes.

La última letra
La familia Robledo, que decidió contactar a una abogada para presentar una denuncia formal. La hija mayor coordinó una cita con una abogada de Saltillo, capital de Coahuila. Ahora sí, estaban listos para formalizar la investigación. Hicieron los casi 200 kilómetros que separan Monclova de Saltillo, llegaron a la capital, esperaron a la abogada, pero nunca llegó. “Nos llamó por teléfono, dijo que ni siquiera podía recibirnos en su despacho. Creo que no quiso tomar el caso por el miedo al crimen organizado”, concluye José Antonio. Pronto contactarían a dos abogados más, con el mismo resultado.

Los Robledo se calzaron nuevamente el traje de investigadores y llegaron a las altas esferas del poder. Jesús Torres Charles, procurador de Coahuila, los recibiría el viernes 6 de febrero por la mañana. A una semana y media del secuestro de su hijo, habían conseguido una entrevista muy importante para esclarecer el caso. Pastillas para dormir mediante, el jueves se acostaron temprano.

Un cuarto para las doce y el celular de José Antonio padre comenzó a sonar, pero no había nadie del otro lado. El celular sonó nuevamente y esta vez era Joaquín, el jefe de seguridad de la constructora, quien quería desesperadamente hablar con el padre de Toño.

– ¡Me urge hablar con usted! Estoy en el restaurante del hotel Sheraton….
– Si usted quiere hablar con nosotros, venga a nuestro hotel– respondió José Antonio.

Entre dormidos y nerviosos, los Robledo bajaron al lobby. A los 10 minutos, una camioneta Chevrolet Suburban con los vidrios polarizados se estacionó en la entrada, sin detener el motor, sin apagar las luces. Nadie bajó. Enseguida llegó una Chevy Pop verde y descendió Joaquín, ese hombre gordo que se había enterado del secuestro de Toño de “boca en boca”. Entró al hotel, señaló la Suburban y les dijo que dos hombres querían hablar con ellos.

Dos jóvenes bien vestidos se presentaron ante los Robledo. “No nos dijeron los nombres, estuvimos hablando unos 15 minutos, pero esos rostros aquí se nos quedan, aquí se nos quedan”, dice Guadalupe, señalándose la cabeza.

–Señor, somos los representantes de la última letra–, les dijeron, recuerda José Antonio.

“¿La última letra de qué?”, preguntó el padre de Toño. “Del abecedario”, respondieron.

“Nos dijeron que eran de Monclova, que eran empresarios y que pertenecían a Los Zetas”, agrega María Guadalupe. En ese momento, poco conocían del cártel de narcotráfico, uno de los más sanguinarios de México. “Nos dicen que no tenían a nuestro hijo y que nos iban a ayudar. Además, nos señalan que el contacto entre ellos y nosotros sería Joaquín, pero que no fuéramos a la policía”.
 

Los Robledo huyeron del hotel hacia una estación de autobuses, dejaron allí su auto rentado y, a las dos de la mañana, tomaron un bus para no perder la cita con el procurador en Saltillo. Los padres sospecharon de Joaquín y quisieron denunciar lo ocurrido esa noche, pero según José Antonio, Torres Charles recomendó “guardar silencio y no incluir ese episodio en la averiguación previa”.

–No sabe qué tristeza el llegar a casa sin mi hijo. Porque nosotros le dijimos a Rocío que no nos regresábamos sin Toño. Nos sentíamos muy mal– cuenta María Guadalupe.

Luego del encuentro cercano con el narcotráfico, volvieron al Distrito Federal, pero retornaban cada 10 días a Saltillo para seguir de cerca el caso. Aportaban nuevos datos y averiguaciones al procurador, aunque no notaban avances en la investigación.

La última de esas visitas fue el 27 de abril de 2009. Ese encuentro también marcó las últimas líneas en la libretita de Guadalupe, al menos por tres meses. “El procurador nos dijo, sin ninguna consideración, que sabían que se llevó a nuestro hijo ‘El Pepillo’, que era uno de Los Zetas, muy sanguinario, y la cabeza de la estructura de Coahuila. Y lo más seguro era que se le haya pasado la mano con nuestro hijo”, relata la madre de Toño. Esa versión surge de un diálogo entre los Robledo y Torres Charles pero, como otros episodios, no fue comprobada por la Justicia. Los vínculos entre el poder y el narcotráfico en Coahuila se conocerían recién tres años después.

Nota I de II. La segunda parte de este artículo revela las detenciones policiales en torno al secuestro del ingeniero Robledo, la conexión de políticos de Coahuila con el narcotráfico y el estado actual de la causa. 

Jorgelina do Rosario Por Jorgelina do Rosario jdorosario@infobae.com

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