martes, 2 de octubre de 2012

¿Importan las mentiras? lo vale la presidencia de EEUU



02-10-12 | ELECCIONES EEUU 

¿Importan las mentiras? 

lo vale la presidencia 

de EEUU




Advertencia: las aseveraciones que escuche durante el debate presidencial del miércoles en la noche pueden ser peligrosas, si no para su salud, sí para su relación con la realidad.


En una campaña en la que han aparecido algunos de los anuncios televisivos más deshonestos de la historia, el presidente Barack Obama y Mitt Romney han tenido más cuidado con lo que les sale de la boca que con lo que se muestra antes o después de que se identifican y dicen: “Yo apruebo este mensaje”. Pero estarán tentados a recurrir a los temas que sus encuestadores han descubierto que son eficaces. Eso podría aplicarse especialmente en el caso de Romney, sabiendo que va a la zaga.

Aunque se contengan y no repitan como pericos sus anuncios más desacreditados, esos temas van a surgir. Romney quizá no repita la falsa acusación de su anuncio acerca de la asistencia, de que “según el plan de Obama, no hay que trabajar ni hay que capacitarse para el empleo. Simplemente se recibe el cheque de la asistencia”. Si este tema llega a salir, es probable que Obama o el moderador, Jim Lehrer, mencionen ese anuncio en contra de Romney, aunque éste tiene la costumbre de defender aun sus peores anuncios cuando se los refutan.

Ésa es también la costumbre de Obama, con una rara excepción. La semana pasada, al hablar ante la asociación de jubilados, él le corrigió los datos a su propia campaña. Admitió que su anuncio (y sus propias palabras) en el que dice que el plan de Medicare del representante Paul Ryan obligaría a los ancianos a pagar 6.400 dólares adicionales estaba desactualizado, pues Ryan, compañero de fórmula de Romney, lo había modificado el año pasado. Claro, Obama no llegó al grado de decir que ahora la campaña de Romney y Ryan dice que los futuros ancianos podrán seguir recibiendo Medicare sin costo adicional.

Es probable que ésta y otras pretensiones, que precisan más lo que haría mal el otro que los detalles sobre los propios planes del candidato, llenen el aire del primer debate. La semana pasada, tres de los verificadores de datos con mayor autoridad -Jim Drinkard de The Associated Press, Glenn Kessler de The Washington Post y Bill Adair de PolitiFact.com de The Tampa Bay Times- se reunieron en el Club Nacional de Prensa en Washington para predecir cómo tratarán los candidatos de engañarnos en el próximo debate.

Drinkard dijo que Obama diría que podría financiar los programas internos con el ahorro de haber acabado con las guerras en Irak y Afganistán, afirmación que hizo en el discurso sobre el estado de la unión de este año y en el de su toma de protesta como candidato. El problema, advirtió Drinkard, es que acabar con las guerras no deja un montón de dinero, sólo un aumento ligeramente menor en una deuda que avanza.

Romney, agregó, probablemente recurriría a alguna variante de su afirmación desacreditada de que Obama pide perdón en el extranjero en nombre de Estados Unidos. Obama, al igual que sus predecesores, ha dicho que Estados Unidos ha cometido errores, observó Drinkard. Y contrariamente a las más recientes palabras de Romney, ninguna declaración de Obama ni de su Gobierno muestra ninguna simpatía por los hombres que atacaron y mataron al embajador estadounidense y a otros tres diplomáticos en Libia.

Kessler dijo que espera que Obama recicle su pretensión del costo de 6.400 dólares de Medicare. Y agregó que es probable que Romney renueve su afirmación de que Obama le recortó 700.000 millones de dólares a Medicare. Ese “recorte” es una esperada reducción en el crecimiento futuro del programa.

Adair afirmó que Romney presentaría el argumento de la asistencia pública y que Obama diría que su opositor es una amenaza para Medicare.

La precisión difícilmente figura en las expectativas del impacto del debate. Éste más bien se considera como una oportunidad para que Romney, el retador, se coloque al lado del presidente en funciones y demuestre que tiene madera presidencial, como hizo Ronald Reagan en 1980.

Kathleen Hall Jamieson, directora del Centro Annenberg de Política Pública de la Universidad de Pensilvania, intervino en el Club de Prensa con una investigación que muestra que los debates, con o sin declaraciones engañosas, difícilmente cambian la votación. Pero agregó que sí educan al pueblo sobre la postura de los candidatos para que, una vez que se sabe quién ganó, tenga una idea más clara de qué esperar.

Las declaraciones engañosas o abiertamente mentirosas rara vez dañan a quien las profiere. Sólo importa cuando el candidato se gana la fama de mentir o exagerar. Le sucedió a Al Gore en 2000, cuando la prensa injustamente la tomó contra su desaliñada pero exacta declaración de que en el Congreso él había estado a la vanguardia para financiar lo que se convertiría en internet. Él nunca dijo que había “inventado” internet, pero eso se volvió una nociva simplificación de la prensa, que salía a colación cada vez que él decía alguna otra cosa que pudiera ser refutada con hechos.

Mi propia experiencia como verificador de datos formal fue limitada pero apoya la idea de que la verificación o la refutación pueden ilustrar a unos cuantos lectores o espectadores, pero no cambian los votos.

Yo cubrí el debate del presidente Jimmy Carter con Reagan en 1980. Al día siguiente escribí que el ejercicio había producido “casi tantas contradicciones de hechos como disputas por las políticas”. El término “contradicciones de hechos” era el eufemismo que se usaba en The New York Times en los años ochenta para no decir “falsedades” o “mentiras”.

Yo escribí que esas “contradicciones estaban desperdigadas, como muestras de boletas en un día ventoso de elecciones, a lo largo de toda la transcripción” y algunas se referían a asuntos importantes. El artículo revisó muchas de ellas. Estaba el falso desmentido de Reagan de que él nunca había dicho que la no proliferación nuclear, el caballito de batalla de Carter, no era “asunto nuestro”. Estuvo la declaración de Carter de que Reagan estaba a favor del seguro social voluntario, posición que Reagan había defendido en 1964 pero que después dijo que habría que estudiarla. Y así sucesivamente.

El artículo terminaba con una observación que parece relevante en la actualidad:

“Durante semanas, las fuerzas de Carter han sostenido que, en un debate con Reagan, el presidente se mostraría con mucho mejor dominio de los detalles. Quizá haya sido así, particularmente en lo que respecta a los antecedentes de Reagan. Pero está lejos de estar claro si los telespectadores del país, calculados hasta en 120 millones de personas, quedaron más impresionados por los argumentos detallados, con muchos números, que por las maneras relajadas y la capacidad de restarles importancia a los ataques que manifestó Reagan continuamente”.

Sé que Lehrer ha recibido más propuestas de preguntas que las que podría plantear en una semana, ya no digamos en 90 minutos. Pero podría valer la pena probar la capacidad de los candidatos para restarles importancia a las preguntas sobre sus anuncios mentirosos y ver si sus modales siguen siendo tan calmados como estuvo Reagan en 1980.

(Adam Clymer fue reportero y editor de The New York Times durante 26 años. Se retiró como corresponsal en Washington en 2003). 



Fuente: The New York Times Syndicate



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