26-05-12 | POLÍTICA
#YoSoy132 y los Infiltradospanorama
según
CHOMSKY
de los conflictos
universitarios
caso Chile e Italia
un recurso
de una candidata
desesperada
como la de
Acción Nacional
MÉXICO, D.F. (apro).- El 11 de mayo, aunque el equipo de campaña de Enrique Peña Nieto sabía que se enfrentaría a un ambiente hostil, decidió que “el candidato” asistiera al encuentro con jóvenes de la Universidad Iberoamericana.
El repudio de ese día y las manifestaciones que desde entonces han acompañado al candidato del PRI se han transformado en un movimiento liberador para la juventud mexicana. Es la primera vez que en México hay marchas ¡contra un candidato! Y contra ¡Televisa!, eso sólo resume que para los jóvenes –y gran parte de la población mexicana–: Peña Nieto y Televisa son uno.
Ambos buscan el mismo objetivo: poder y dinero. Por conveniencias mutuas están juntos y porque se puede ver la mano que mece el acuerdo: al expresidente Carlos Salinas de Gortari dirigiendo cada paso, cada movimiento.
Hace algunos años, cuando Salinas de Gortari era apenas un funcionario más de la Secretaría de Programación y Presupuesto en el gobierno de Miguel de la Madrid y quien tenía como su joven secretario particular a Emilio Gamboa Patrón, trazó uno de sus objetivos: crear poderes fácticos y estar sin estar por encima de ellos dirigiéndolos; el fin último que tuvieran un poder tal que movieran al país a su antojo, el de Salinas por supuesto.
Salinas de Gortari se fue en 1994 repudiado por el pueblo mexicano, Televisa lo trajo de nuevo en hombros, lo invitó a sus instalaciones, lo insertó de nuevo en la socialité mexicana dando a conocer el matrimonio de su hija Cecilia Salinas, quien por, cierto, se casó con un actor.
A 18 años del repudio que sembró el expresidente Salinas, hoy se pasea cuando quiere y a la hora que quiere, y formando parte de la estructura de Televisa a través de sus muchos seguidores.
A Televisa Salinas la fortaleció y desde hace algunos años Televisa hace y fortalece “en el imaginario colectivo” a Enrique Peña Nieto.
Alrededor del candidato presidencial del PRI, la televisora creó una imagen que no corresponde a la realidad, un figurín que cuando sale de ámbito enfurece, se descontrola, habla mal, muestra su pobre lenguaje, pero sobre todo, evidencia lo frágil que es.
Y justamente eso fue lo que le ocurrió en la Universidad Iberoamericana a Peña Nieto, quien luego de responder a los cuestionamientos sobre San Salvador Atenco desencadenó la furia del estudiantado. Dejó ver no sólo su autoritarismo, sino que les adelantó cómo gobernaría, si ganaba.
Lo curioso es que Peña Nieto no pensaba abordar el tema, sino que más bien fue su “gran operador político”, su jefe de campaña, Luis Videgaray, quien, como lo regresó para decirle que faltaba Atenco.
Nadie midió la furia que dejarían sentir los estudiantes, como nadie imaginaba el gran movimiento que se generaría, para sorpresa y beneplácito de muchos de nosotros.
Los jóvenes demostraron que sí están informados, que sí saben lo que no quieren: al PRI y a Peña Nieto por lo que representa, no por su persona en sí. Mostraron que tienen capacidad de indignación más fuerte que cualquier cuarentón cómodamente instalado en su oficina de trabajo esperando su jubilación.
El reclamo es: “no insultes mi inteligencia; sabemos qué representas y a quién tienes detrás”.
El moviendo estudiantil ha obligado a Peña Nieto a voltear la mirada hacia los jóvenes, pero tanto él como su equipo ha sido tan torpes que los ha insultado aún más ofreciéndoles un “manifiesto” que no es otra cosa que los principios y derechos que están consagrados en la Constitución. Eso cualquier estudiante de derecho lo sabe, cualquier preparatoriano que lleve la materia lo entiende. Sólo la prepotencia y falta de entendimiento de Peña Nieto y su equipo no lo han digerido.
“A mi generación la izquierda nos falló”, me decía una amiga el pasado miércoles cuando marchábamos a un lado de los estudiantes; “se corrompió, se vendió, se burocratizó”. Y es cierto, pero ahora a los jóvenes nadie los puede engañar y nadie los puede desilusionar más que ellos mismos. Ellos son el movimiento, ellos son los que se organizan silenciosamente por las redes sociales, ellos son los que traen un nuevo chip en su cabeza que nosotros, los cuarentones carecemos pero estamos intentando entender.
Las manifestaciones han seguido a Peña Nieto y al parecer lo harán en los siguientes 33 días que restan de campaña electoral, lo cual nos da esperanzas de que el PRI y Peña Nieto no lleguen a gobernar este país.
Una semana después del acto en la Iberoamericana, Peña Nieto cayó en las encuestas, su rostro en la gira por Pachuca, Hidalgo, lo decía todo: desencajado, molesto, preocupado. Atrás quedó la fotografía, el abrazo y el beso hueco que había sido toda su campaña electoral.
Hoy su equipo está muy pero muy preocupado. Hace un par de días, uno de sus operadores políticos comentó que “algo debe hacer el partido con el movimiento de los jóvenes”. Lo único que pude imaginar en ese momento fue que sin duda, el PRI trataría de infiltrarse, hacer a un lado su arrogancia y convivir con el movimiento para que, desde dentro genere violencia.
Ese es el gran peligro al que se enfrenta el movimiento #yosoy132, la primavera mexicana, a que el PRI, el PAN o cualquier partido político logren infiltrarse, prender la mecha desde dentro y luego, desde fuera, acusar a los jóvenes de violentos o de haber sido manipulados por algún dirigente político. Y finalmente, desactivarlos y pretender poner a la opinión pública en su contra, la que no utiliza las redes sociales y sólo ve Televisa.
Por el momento lo que sabemos es que los jóvenes harán asambleas de información y el miércoles 30 de mayo, en el Zócalo, discutirán qué harán después del 1 de julio, esperemos que también en los días siguientes estén alertas ante cualquier infiltrado.
Por el momento parece que lograrán su primera demanda concreta: que el debate de los candidatos sea transmitido por cadena nacional y, doblegar a Televisa, a quien no le ha quedado otra más que transmitir las movilizaciones en su contra y en contra del candidato del PRI. Pero la arrogancia aún sigue ahí, y si no basta recordar el programa de Tercer grado en donde conductor y periodistas intentaron parecer críticos.
Esperemos que los jóvenes continúen en sus movilizaciones, y que sigan gritando, manifestando su repudio a la falta de información y que sin duda, nos enseñen a nosotros a usar las redes sociales para el bien del país, como hoy, ellos lo están haciendo.
Un abrazo a todos los jóvenes de quienes uno se siente no solo orgulloso sino identificada.
mjcervantes@proceso.com.mx
Twitter: @jesusaproceso
26-05-12 | POLÍTICA
Acción Nacional Querétaro
detrás
de las agresiones
a la camioneta
de
Peña Nieto
El que pateó camioneta de EPN es líder del PAN en QRO, y no un universitario.
Andrés Longoria |
El jueves 24 de mayo, Enrique Peña Nieto visitó la capital de Querétaro para liderar un mitin en el Estadio Municipal de esa ciudad. Cientos de jóvenes universitarios se reunieron afuera de ese inmueble para manifestarse, como ha venido sucediendo en las principales ciudades del país, contra la parcialidad de las televisoras y de algunos otros medios de comunicación en apoyo del candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de la República. Al final de la presentación de EPN, varios seudoestudiantes impedían que Peña se retirara y uno de ellos, quien fue identificado por las redes sociales, es ni más ni menos que el Coordinador del Partido Acción Nacional en el municipio Pinal de Amoles, Andrés Longoria Aguilar. El propio Longoria Aguilar a través de su cuenta de Twitter (@andrslongoria) afirmó haber sido él quien golpeó la camioneta:
Se puede observar que la camioneta Suburban gris blindada, que generalmente utiliza Enrique Peña Nieto en sus actividades proselitistas, es detenida por varias decenas de jóvenes.
Sin embargo, los vidrios polarizados del automóvil impedía a los manifestantes saber si realmente Peña Nieto iba en el interior. También, en You Tube, aparece un video donde se ve a Longoria vestido con una camisa amarilla, azuzando a los supuestos estudiantes y pateando la camioneta de la campaña del PRI, como aparece en la foto que acompaña esta nota.
A mitad del altercado, se ve además a un joven en un bicicleta, quien también pretende evitar que la Suburban avance; mientras todo eso sucedía, el chofer acelera para salir del atorón, y varios jóvenes, entre ellos Andrés Longoria, siguen golpeando el vehículo y lanzando en contra del candidato.
Una vez que se tuvo certeza de que el candidato no viajaba en la camioneta, permitieron el paso del vehículo. Así, nadie se percató por dónde es que Peña Nieto salió para abandonar el estadio, y tampoco se pudo comprobar la versión que circuló por las redes sociales sobre la presunta llegada del abanderado priista en helicóptero y su aterrizaje en el Diario de Querétaro, propiedad de Mario Vázquez Raña.
A Longoria Aguilar se le vincula con campañas de destacados panistas como el candidato al Senado, Francisco Domínguez Servién, y León Enrique Bolaño (con quienes aparece en una foto).
Este
contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX
contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX
¿Universidades públicas o privadas? Noam Chomsky y las aristas del conflicto educativo
Hace pocos días Noam Chomsky, el renombrado
lingüista del MIT, examinó durante una plática en la Universidad de
Toronto el dilema entre el financiamiento público o privado para las
universidades y los muchos intereses que intervienen en este conflicto.
Las recientes protestas estudiantiles en
Chile (y antes las de Inglaterra e Italia) nos obligan a preguntarnos
por la función que el Estado está obligado a cumplir en esa área tan
importante para el bienestar común que es la educación. En los últimos
años y como resultado de la adopción de políticas que privilegian a las
élites acaudaladas, gobiernos en distintas partes del mundo han
intentado “aliviar” al sector público de la supuesta carga que
representan las universidades, nivel de la formación académica que
aparentemente consideran oneroso y superfluo y, sobre todo, de
inconveniente subvención pública. Para estos nuevos gobernantes quien
quiera su título universitario debe pagarlo íntegramente de su propio
bolsillo.
Sin embargo, sabemos bien que la
educación universitaria se ha convertido en un lucrativo coto
prácticamente inaccesible para las clases medias —a menos que pidan
ayuda al chacal y se sirvan de créditos bancarios. Contradictoriamente,
todos esos jóvenes que buscan continuar su formación han cumplido ya con
todos los niveles anteriores, no son unos advenedizos y muchas veces
son también resultado del esfuerzo familiar o incluso generacional que
en ellos parece tener un primer triunfo. ¿Qué hacer cuando la
universidad les cierra las puertas o las abre solo a cambio de que
hipotequen los siguientes 20 o 30 años de su vida?
Hace pocos días el afamado lingüista y
activista intelectual Noam Chomsky, académico del MIT, ofreció una
plática en la Universidad de Toronto en Scarborough donde examinó este
problema.
Entre otras cosas Chomsky destacó el
hecho de que la privatización de la universidad pública «significa la
privatización para los ricos [y] un nivel más bajo de formación más bien
técnica para el resto». En Estados Unidos la tendencia es que las
universidades públicas reciban cada vez más ingresos por la matrícula
estudiantil y menos por la contribución del Estado, con lo cual,
eventualmente, solo los “community colleges” —«el nivel más bajo del
sistema»— recibirán dinero público para su manutención. Y quizá al final
ni siquiera estos.
Sin embargo, como bien hace notar Chomsky, este no es un asunto económico, sino político y de control social. Chomsky suscribió el análisis en el que Doug Henwood,
especialista en economía, asegura que para volver completamente
gratuita la educación superior en Estados Unidos bastaría con destinar a
las universidades menos del 2% del Producto Interno Bruto del país —lo
equivalente a casi un tercio de los ingresos que perciben los 10,000
hogares más ricos en EEUU, tres meses de gastos del Pentágono o poco
menos de cuatro meses de costos administrativos del sistema de salud
privado.
¿Entonces? ¿Por qué no se implementa la
gratuidad en las universidades? ¿Por qué con esos niveles de riqueza y
gasto público en otros rubros contra el bajo monto que requeriría la
educación gratuita esta se deja de lado e incluso se le intenta
desaparecer?
Si tomamos en cuenta que gastos como el
militar o el de la salud enriquecen a unos cuantos de por sí
enriquecidos y la educación es un asunto de mayorías, las anteriores
interrogantes se aclaran un poco: «En una democracia en que las
elecciones son esencialmente compradas por las concentraciones de
capital privado, no importa lo que el público quiere. De hecho, el
público ha estado a favor de que aquello durante mucho tiempo, pero
todos ellos son irrelevantes en una democracia correctamente
administrada».
La investigación efectuada en las
universidades, nos dice Chomsky, corre una suerte parecida. Si se deja
de desarrollar tecnología en las universidades, se tiende a la división
de la sociedad en dos estratos clara e implacablemente diferenciados,
caracterizados por la «concentración muy limitada de la riqueza y el
estancamiento para casi todo el resto».
Paradójicamente, esta intención de
rescindir al Estado de sus obligaciones para con la educación solo mina
la capacidad de Estados Unidos como potencia ahora que la llamada
“economía de alta tecnología” se basa, sobre todo, en mano de obra
calificada e innovación creativa. Pero, a decir de Chomsky, pareciera
que en los últimos años «hemos entrado en una nueva etapa del
capitalismo de Estado en la que el futuro no importa tanto. Las
ganancias provienen cada vez más de manipulaciones financieras. Las
políticas corporativas están orientadas hacia el beneficio a corto
plazo, reduciendo la preocupación por la fidelidad a una empresa para un
período largo».
Si estos planes se cumplen en su
totalidad y el Estado deja de financiar la educación superior, sin duda
las universidades corren un grave peligro, al menos el modelo
tradicional de las universidades como «instituciones parasitarias que no
producen bienes con fines de lucro». Y si bien el financiamiento
estatal parece, de inicio, abrir una fisura por la cual el poder del
gobierno dirija y coarte la libertad de cátedra o investigación, lo
cierto es que al menos en las década de 1960 y 1970, cuando el Pentágono
invertía cantidades considerables de dinero en las universidades,
pesquisas posteriores revelaron que su intromisión era prácticamente
nula.
En años recientes, sin embargo, la
inversión militar en las universidades estadounidenses poco a poco ha
sido desplazada por la de instituciones de salud ligadas todavía al
Estado. Según Chomsky, esto no es sino un efecto de la economía
contemporánea. Antes, en los 50s y los 60s, «el Pentágono fue una vía
natural para robar el dinero de los contribuyentes, haciéndoles creer
que así los protegían de los rusos o de cualquiera, y dirigirlo en
cambio a las ganancias de las corporaciones». Ahora la economía «se basa
cada vez más en la biología. Por lo tanto, la financiación está
cambiando»: ingeniería genética, biotecnología, farmacéutica. Sin tener
un análisis serio que lo respalde, este cambio en los patrones de
financiamiento parece confirmar lo que Chomsky asegura sobre la nueva
característica del capitalismo que impera últimamente, la que mira poco o
nada por el futuro y se preocupa solo por la ganancia inmediata: a
diferencia de la perspectiva del Pentágonos hace cincuenta años, las
actuales inversiones provenientes del sector salud para la investigación
biológica privilegian «la investigación aplicada y menos la exploración
de lo que podría llegar a ser interesante e importante en el futuro».
Recordemos que, en cierta forma, el dinero del Pentágono puesto en las
universidades estadounidenses hizo posible las computadoras, Internet y
la llamada “revolución tecnológica”, un poco sin que nada de eso fuera
su propósito central.
Sin duda el dilema entre el
financiamiento público y el privado genera a su vez otras contrariedades
y dudosos beneficios. Mayor reserva en las investigaciones y sus
resultados, amenazas a la independencia y libertad de la actividad
académica y la integridad de la institución financiada, la paulatina
conversión de la universidad en una corporación supeditada a los
criterios de la eficacia que no necesariamente son válidos al interior
de la vida universitaria —a propósito de esto último Chomsky imagina el
siguiente escenario: supongamos que quitamos a los profesores de tiempo
completo y ponemos en su lugar estudiantes de posgrado: una buena medida
para el presupuesto de la universidad, pero con costos significativos
difícilmente mesurables en términos, sobre todo, de calidad educativa,
mismos que terminan absorbiendo los estudiantes y al final la sociedad
entera.
En efecto: ¿cómo medir el impacto y las
consecuencias humanas y sociales de que las escuelas dejen de ser tales
para convertirse en instalaciones productoras de mercancías para el
mercado laboral? «Generar pensamiento creativo e independiente y
creencias críticas y desafiantes, explorar nuevos horizontes y olvidar
la restricciones externas. Todo eso es un ideal que sin duda se ha
revelado deficiente en la práctica, pero en la medida en que se
desarrolló dio cuenta del nivel de civilización alcanzado».
Chomsky, como vemos, está lejos de
solucionar el problema. Su análisis deja más preguntas que respuestas —y
quizá esto sea buena señal. Nadie, a solas, podría ser árbitro en esta
arena de la educación en la que intervienen tantos oponentes y alguno
que otro aliado. En nuestro tiempo el dilema entre el financiamiento
público o privado para las universidades se complica todavía más si
consideramos, como lo hace Chomsky, que «se trata de dos fuentes que no
son fáciles de distinguir debido al control que intereses privados
tienen sobre el Estado».